Estambul, la ciudad donde se mezclan las culturas


Hace ya varios años que estuve en Estambul pero aún guardo bien los recuerdos del viaje, las fotos, el diario. Así que con un pequeño vistazo puedo volar otra vez, esta vez con la imaginación, a esta ciudad donde Oriente y Occidente se abrazan, dejando correr entre sus brazos al Bósforo.

Fue en 2001, estaba en 3º de Historia del Arte y, como todos los años, decidimos organizar un viaje. Los viajes los preparábamos un grupo de amigas y se nos unía todo aquel que estaba interesado, así formábamos grupos grandes y conseguíamos buenos precios.

Este viaje de una semana a Estambul, con vuelo, traslados y hotel de cuatro estrellas nos salió por algo menos de 50.000 de las antiguas pesetas. En principio habíamos planeado visitar también Capadocia pero se nos disparaba el precio y claro, la economía estudiantil no suele ser para tirar cohetes, así que nos quedamos sin Capadocia. Quizás pueda parecer excesivo pasar una semana en Estambul... pues no, para nada, incluso nos faltaron días para ver todo lo que nos interesaba, y eso que nos habíamos organizado con antelación y aprovechamos bien cada día para hacer las visitas.

Las visitas las hicimos por nuestra cuenta. A pesar de que nos las ofrecieron en paquetes diversos cuando llegamos a Estambul, mientras nos trasladaban al hotel, no quisimos ninguna porque ya teníamos nuestros planes. La elección fue buena, vimos muchas más cosas que si hubiésemos hecho las excursiones y además a un precio muchísimo menor.

Éramos un grupo de 10 chicas y no tuvimos ningún problema en la ciudad, incluso en ocasiones salíamos en grupos menores y nunca tuvimos sensación de peligro, de inseguridad. Lo único que puede cortar un poco a un grupo de chicas solas son las miradas o los piropos de los turcos, que además huelen a la legua que eres española, sí, sin ni siquiera haber dicho una palabra ya saben tu nacionalidad, y a 100 metros ya te están llamando María, Isabel, Rosa, Pepita o cualquier nombre español que conozcan. Son un poco cansinos, sobre todo los de los puestos callejeros o los restaurantes, pero dentro de un límite. Nosotras, al menos, no tuvimos problema alguno, al contrario, sólo encontramos amabilidad e hicimos amigos.



Sobre el hotel en el que nos alojamos no voy a hablar porque ya tengo una opinión, así que si os interesa ya sabéis... la buscáis. Sólo decir que estaba en pleno centro de la ciudad vieja, a pocos metros del Palacio de Topkapi, de Santa Sofía, etc. por lo que muchas de las visitas pudimos hacerlas a pie.

La moneda del país es la lira turca. Durante unos años estuvo muy devaluada y fluctuaba mucho, fue en la época en la que yo estuve. Llevamos dólares para cambiar por liras porque el cambio salía mejor y por un dólar te daban algo así como un millón de liras, así que estábamos todo el día contando millones. Ahora han cambiado la moneda y le han quitado ceros, así que ya no os encontrareis con millones. Por un euro creo que os dan casi dos liras. También hay céntimos (kurus) que antes no había.

La temperatura es buena en marzo, de unos veintipocos grados, que es cuando nosotros estuvimos, el resto del año, pues mejor consultar por Internet. De todos modos es un país mediterráneo y el clima es bastante benévolo todo el año, especialmente en la zona de Estambul.

Bueno, y ya comienzo, que sino esto va a ser eterno. Os iré contando las visitas que hicimos por días, tal y como lo tengo en el diario. Al final intentaré seleccionar siete fotos representativas, aunque no serán de mucha calidad ya que están escaneadas, aún no había digitales por entonces, o al menos no estaban al alcance de los mortales.


19 de marzo de 2001

Nuestro viaje comienza en Valladolid, que es donde estudiábamos, salimos a las seis de la mañana hacia Madrid, donde cogeremos un vuelo de Onur Air hacia Estambul. Sobre las nueve y media ya estamos en Barajas y tras los trámites correspondientes embarcamos a las once. Tras cuatro horas de vuelo llegamos a Estambul y nos trasladan al hotel, donde llegamos a las siete y media de la tarde, hora local. Mientras nos acomodamos se hace la hora de cenar.

Entonces aún se podía llevar comida en los aviones sin miedo a gripes aviares y demás, así que nuestras reservas de comida eran abundantes y, en nuestra línea ahorradora (en comida, no en otras cosas, jeje), nos dimos un banquete en una de las habitaciones a base de empanada, embutidos, oreos (la galleta de los viajes, a la vuelta no las como en un año de la manía que las cojo).

Tras la cena subimos a la terraza del hotel, desde donde hay unas vistas impresionantes de la zona vieja de la ciudad, con Santa Sofía, Topkapi, etc. Además tuvimos a un exhibicionista turco muy majo que nos entretuvo un rato, si queréis saber más tenéis más datos en la otra opi.


20 de marzo de 2001

No madrugamos mucho, nos levantamos sobre las nueve, y a eso de las diez salimos hacia la TORRE DEL GÁLATA, nuestra primera visita. Se llega bien caminando, aunque hay algo más de un kilómetro desde el hotel. Paseamos por el puerto del Bósforo, pasamos junto a la mezquita Yeni o Nueva y cruzamos el Puente del Gálata. A unos pocos metros encontramos la Torre del Gálata, sobre una pequeña elevación que hace que, junto con los 60 metros de la torre, podamos desde arriba contemplar una gran parte de la ciudad, especialmente la ciudad vieja, el Bósforo y el Cuerno de Oro, que es el entrante del fósforo que separa la ciudad vieja de la nueva, el que se cruza al atravesar el Puente del Gálata.. Parece que su origen está en el siglo V pero la torre actual es del XIV. En su interior, actualmente, hay un restaurante y un night club.


Después nos dirigimos hacia la PLAZA TASKIM, una de las zonas más céntricas y cosmopolitas de la ciudad, y también de las mas europeizadas. Para llegar hasta ella tomamos un tranvía desde una parada cercana a la Torre del Gálata. La plaza es un enorme círculo del que salen varias calles a modo radial. Otra gran vía la rodea por un lateral. La calle por la que subimos con el tranvía es peatonal y está llena de tiendas europeas, tipo Zara, a precios también europeos, aquí mejor no comprar, para eso tenemos la ciudad vieja. En el centro de la plaza hay muchos puestos de las típicas rosquillas con sésamo que comen los turcos a modo de tentempié. Además podemos visitar el Centro Cultural Ataturk, aunque nosotros no lo hicimos, simplemente paseamos por la plaza y disfrutamos del ambiente, mezcla de lo oriental y lo occidental, de la plaza.

Antes de continuar voy a hacer una pequeña nota de esas del margen de los libros. En Estambul encontrareis montones de cosas que se llaman Ataturk, plazas, calles, el aeropuerto, etc. Mustafá Kemal Ataturk fue el primer presidente de la actual República Turca y le quieren más que a un padre, en general, claro, así que os lo encontrareis por todas partes.

Después de la visita a la plaza regresamos por el mismo camino, por la CALLE INDEPENDENCIA, pero esta vez a pie, investigando todos sus rincones, modernas tiendas, bazares escondidos, iglesias cristianas como la de San Antonio de Padua, el Hotel Pera Palas, donde se alojó Ágata Christie, etc.

De regreso a la ciudad vieja y nada más cruzar el Puente del Gálata, visitamos la MEZQUITA YENI (Yeni Camii) o Nueva, que por la mañana habíamos dejado atrás. Es una construcción del siglo XVII, bastante espectacular, con más de 20 cúpulas y un gran patio para las abluciones rodeado de arcos apuntados, además de dos minaretes muy estilizados y típicos de la arquitectura turca. En el interior empezamos a habituarnos a las típicas lámparas orientales, que dibujan estrellas a cientos en los cielos de las cúpulas de las mezquitas; esto ocurre en todos los países musulmanes que he visitado.

Para acceder a ésta y a cualquier mezquita hay que descalzarse a la entrada, dejar los zapatos en las zonas previstas para ello (tranquilos, no se los lleva nadie, aunque el olor a quesito suele predominar, y no suele ser turco porque ellos se lavan los pies antes de entrar). Conviene llevar calcetines, aunque vayas en sandalias es bueno llevar un par en el bolso por si acaso. Además hay que cubrirse los hombros y la cabeza. Para los hombros lo mejor es una chaqueta fina (en marzo en Estambul hace bastante bueno, para ir en manga corta), y para el pelo un foulard o un pañuelo finito. En los accesos a las mezquitas hay mujeres que te prestan amablemente trozos de tela para cubrirte si no tienes con qué hacerlo, pero es preferible llevarte tu propio pañuelo y usarlo en cada visita. Nosotras nos los habíamos comprado por la mañana en un bazar de la Calle Independencia, de seda y a muy buen precio.

Ya iba cayendo la tarde cuando salimos de la mezquita, así que nos fuimos al BAZAR EGIPCIO O DE LAS ESPECIAS (Misir Carsisi), que volveríamos a visitar en los días que nos quedaban, sobre todo por el olor, tan intenso y tan embriagador a especias. Es un pequeño bazar con unas 100 tiendas distribuidas a lo largo de una calle cubierta. En ellas encontramos todo tipo de especias, dulces turcos, frutos secos, te de toda clase (muy rico el de manzana), azafrán. Por supuesto, está todo pensado para el turismo. Los precios son normales, ni barato ni caro, pero, por supuesto, hay que regatear.

A las siete ya estábamos en el hotel, una buena ducha, una cena de las nuestras baratitas y a la cama.


21 de marzo de 2001

Este día madrugamos un poco más y a las nueve y media ya estábamos en el PALACIO DE TOPKAPI. Un poco de historia: se construyó entre los siglos XV y XIX, cuando se abandonó, y fue el centro político y administrativo del Imperio Otomano. Su extensión es de casi un millón de metros cuadrados y tiene una de las colecciones artísticas y documentales más importantes del mundo, aunque almacenada, ya que lo expuesto es mínimo, se reduce a unos pocos tesoros, cerámicas, armas y trajes. Cuando estaba habitado, en sus estancias llegaron a residir más de 5.000 personas.

Dentro del Palacio merece la pena visitar el Museo, donde se encuentran parte de las colecciones, el Divan o Cámara del Consejo, los patios y terrazas con espectaculares vistas al Bósforo, la Puerta de los Eunucos Blancos, y el Harem, las estancias privadas del Sultan, con más de 300 habitaciones lujosamente decoradas (baños, cocinas, dormitorios, el Salón Imperial, etc.).

En el interior del Palacio trabajan unos guías "autónomos" por así decirlo, vamos que están allí por su cuenta. Supongo que pagarán algo por hacer de guías dentro del palacio. Por muy poquito dinero te acompañan en la visita y te explican montones de curiosidades. La entrada al palacio costaba 2.250.000 liras turcas, pero no os sirve como referencia debido al cambio que ha habido en la moneda turca. Parece mucho verdad, pues creo que no eran ni tres dólares.

Nuestra siguiente parada es SANTA SOFÍA (Ayasofya Camii), la obra cumbre del arte bizantino. Actualmente es un museo pero durante siglos fue una basílica cristiana y después una mezquita. Su construcción data del siglo VI pero ha sufrido reformas y mejoras. Es sencillamente impresionante, por su tamaño, por la belleza de su enorme cúpula, sus cuatro minaretes, su tono rojizo... no se puede describir la sensación que tienes cuando la ves... a mi me resultó similar a la sensación que tuve al estar frente a las pirámides de Giza, insignificante ante las grandes construcciones que el hombre ha conseguido levantar en tiempos remotos y con medios tan escasos.

Santa Sofía merece una visita sin prisas, como el Palacio de Topkapi. Destacan en su visita los mosaicos bizantinos, la enorme cúpula con sus ventanas, las tallas bizantinas muy trepanadas de los capiteles, la columna que llora (donde debemos seguir la tradición e introducir nuestro pulgar en el agujero girando la mano), los enormes medallones con inscripciones árabes, el mosaico de la Déesis, el de Justiniano y Constantino con la Virgen, el precioso mimbar con sus arcos apuntados, etc. etc. y un largo etc. Nosotros no pudimos apreciarla en todo su esplendor debido a un enorme andamio que habían colocado justo bajo la cúpula para realizar obras de restauración.

El precio de la entrada era igual que en el Palacio de Topkapi.

La comida de ese día fue un kebap que nos zampamos sentadas en un parque situado entre Santa Sofía y la mezquita azul, cuidando de que los montones de gatos callejeros que habían no se lanzaran a por nuestra comida.


Tras tomar el te en una terraza visitamos el HIPÓDROMO Y LA COLUMNA DE TEODOSIO. Este hipódromo de origen romano (siglo III d.C.) sólo conserva la forma alargada y ovalada y algunos de los monumentos que decoraban la spina o zona central: la columna serpentina o de la serpiente, procedente de Delfos, el obelisco egipcio y la famosa Columna de Teodosio.

A la salida del hipódromo tuvimos la oportunidad de contemplar un cortejo fúnebre turco, con la caja del fallecido envuelta en telas de colores y los familiares portando su fotografía. Fue muy emotivo.


La MEZQUITA AZUL (Sultanahmet Camii) fue nuestra siguiente parada. Es una de las construcciones más espectaculares de Estambul, con sus grandes cúpulas y sus seis minaretes. Se construyó en el siglo XVII y debe su nombre "azul" a los miles de azulejos azul cobalto que cubren su interior y que despiden un intenso brillo de dicho color cuando la luz de cientos de ventanas incide sobre ellos.

En esta mezquita recuerdo sobre todo el momento de una de las oraciones de los turcos musulmanes. En estos momentos los turistas deben salir de las mezquitas para permitir a los asistentes rezar con tranquilidad, pero gracias a la amabilidad de un vigilante de seguridad de la mezquita, que nos situó estratégicamente para no molestar, pudimos asistir al momento de la oración, a la que llegaron unos pocos hombres y varias mujeres, separados por unas mamparas. Fue un momento muy especial, casi íntimo.

Al salir de la mezquita habíamos planeado ir a unos baños turcos para relajarnos y descansar de la intensa jornada. Los elegidos fueron los BAÑOS DE CEMBERLITAS, donde, por unos 10-15 dólares, no lo recuerdo exactamente, disfrutamos de varias horas de relajación en la sala de vapor, sobre las amplias y calientes piedras, de un masaje realizado por inmensas turcas expertas en la materia, e incluso de un baño jabonoso que nos dejó la piel como la del culito de mi nene. Salimos de allí como nuevas, con ganas de seguir visitando la ciudad, pero ya era hora de cenar.

Tras la cena nos decidimos a explorar la vida nocturna de Estambul y salimos por la zona de Ortakoy, a donde nos llevaron un par de taxis (sí íbamos cinco más el conductor en cada uno) que se pasaron todo el trayecto echando carreras tipo fórmula 1 por las calles casi vacías de la ciudad a esas horas de la noche. La fiesta estuvo bien, aunque los locales estaban casi vacíos y los turcos que había a esas horas eran más pesados que los de a la luz del día.


22 de marzo de 2001

Tras nuestro abundante desayuno la primera parada es el MUSEO ARQUEOLÓGICO, ORIENTAL Y DE CERÁMICA. Contiene los sarcófagos de los antiguos reyes fenicios, una importante colección de escultura clásica, una gran colección de arte bizantino procedente de las iglesias de la ciudad. En el museo oriental podemos contemplar dos leones hititas, un tratado de paz de Ramsés II con los hititas, el famoso código de Hammurabi y, lo más impresionante de todo, un tramo de la famosa muralla de Babilonia, con sus azulejos azul cobalto y sus figuras y animales mitológicos, los carros asirios, etc. En el pabellón Cinili hay una colección de cerámica.

La entrada al museo era un millón de liras turcas más cara que la de Topkapi y Santa Sofía.

Próxima parada, YEREBATAN SARAYI, la cisterna sumergida o de la basílica. Es una de las visitas más caras, la entrada costaba 4.000.000 de liras turcas, pero también es obligada, no defrauda para nada. Es una construcción del siglo VI d.C., de época de Justiniano, y se construyó para aprovisionar de agua al Palacio Imperial. El agua llegaba desde unos manantiales situados a unos 20 km. Tiene más de 300 columnas de distintas procedencias, con capiteles corintios, dos enormes cabezas de medusas, con capiteles decorados con una especie de lágrimas. Se visita mediante una plataforma que la rodea sobre el agua y tiene una iluminación y una música ambiental que hacen de la visita una experiencia difícil de describir, muy mística y misteriosa.

Al salir de la cisterna y en la misma calle, descubrimos una tienda de alfombras que resultó ser conocida entre los turistas españoles, EL RINCÓN DE FEHMI. Allí Bahri ilhan, su dueño, acoge a los visitantes como si de sus propios familiares se tratara. Habla un español casi perfecto ya que tiene familia en España y le gusta mucho nuestro país. Es todo un caballero, con su traje a medida, no como la mayoría de los turcos (todos absolutamente todos los hombres llevan traje, aunque sea dos tallas mayor que la suya...) y además muy guapo, para qué vamos a negarlo. Cuando entras en su tienda te invita a tomar el té en unos sillones alrededor de los cuales, y tras una larga conversación en la que te explica todo lo que quieras sobre la cultura turca, expone sus alfombras, kilims y cojines sin obligación de compra, aunque los precios son bastante buenos, mucho mejores que en el Gran Bazar, por lo que nosotras hicimos todas nuestras compras de kilims y cojines en esta tienda en los días que la visitamos. Bahri nos pidió nuestra dirección y durante un par de años todas recibimos felicitaciones de Navidad suyas, así como una invitación a la apertura de la tienda que su hermano tiene en el País Vasco.

Tras comer en una terraza, otra vez kebap... visitamos el MUSEO DE LOS MOSAICOS Y EL BAZAR ARASTA. El museo se encuentra dentro del Bazar, donde fueron descubiertos los mosaicos a principios del siglo pasado. Se cree que pertenecieron al antiguo palacio imperial de Constantino. Hay unos enormes frisos de más de 100 m2 con espectaculares composiciones de caza, animales mitológicos, alguna escena doméstica y una impresionante reproducción de Dionisos. A la salida se pueden hacer compras en el bazar Arasta, que es bastante tranquilo y está menos concurrido que el Gran Bazar.

El MUSEO DE LAS ALFOMBRAS fue nuestra siguiente visita. Está situado dentro del complejo de la mezquita de Sultanahmet o Azul, en el edificio de la residencia real o Hunkar Kasri. Contiene una colección muy valiosa de alfombras y kilims.

Otra visita de esa tarde fue la PEQUEÑA SANTA SOFÍA (Kucuk Ayasofya Camii) una mezquita diminuta, comparada con otras de la ciudad, pero con mucho encanto, con sus muros blancos decorados con pequeños detalles en azul y su elevada bóveda. Es una estancia pequeña con gran sensación de amplitud debido a la altura de la bóveda. Es más antigua incluso que Santa Sofía y en su origen fue una iglesia cristiana dedicada a los santos Sergio y Baco

Muy cerca está la SOKULLU MEHMET PASA CAMII, una mezquita que tiene a su lado una madraza donde los niños aprenden el Corán. Pudimos recorrer el patio mientras los niños jugaban en uno de los descansos de las clases alrededor de la fuente central. El interior de la mezquita es precioso, con las vidrieras de las ventanas, la decoración de azulejos, las típicas lámparas. Es especialmente bello el mihrab por su decoración cerámica.

Al acabar el día, tras pasar otro ratito con Bahri, nos adecentamos en el hotel y nos fuimos de cena a un restaurante que tenía además un espectáculo con danzas turcas y música tradicional. El nombre del sitio no lo recuerdo, sólo que estaba por el puerto, que debe haber muchos restaurantes. Lo que sí recuerdo, además lo acabo de ver en la foto, es que tenían las ventanas llenas de luces de Navidad... lo que os decía de que les gusta decorar las ventanas, jeje


23 de marzo de 2001

Por la mañana bien prontito cogimos un par de taxis, de nuevo sobreocupados, y nos fuimos al monasterio de Chora, SAN SALVADOR DE CHORA, que está un poco alejado del centro, por lo que hay que buscar medio de transporte. El taxi es buena opción, regateando siempre y concretando el precio antes del viaje. Sale bastante económico, aunque ahora mismo no puedo recordar cuanto, pero eran unos cuantos kilómetros. Además nos esperaron fuera del monasterio y nos llevaron después a la siguiente visita.

Data del siglo XIV y, además de su arquitectura bizantina, llena de cúpulas, destacan sus bellos mosaicos y pinturas murales. Son de tema cristiano, ya que primero fue iglesia, aunque después fue mezquita, por lo que se le añadió un minarete turco. Destacan la cúpula central, con los arcángeles y la Virgen, el mosaico de la Dormición de la Virgen, el Pantocrator... Muy especial para los que disfrutéis con el arte.

Los taxis nos llevaron después a la MEZQUITA DE SULEYMAN (Suleymaniye Camii), cercana a la universidad y al bazar de las especias. Es una enorme construcción del siglo XVI, con un gran patio, la cúpula central y las cupulillas que la rodean cubriendo la sala de oraciones, y cuatro minaretes de gran altura. En el interior del recinto, además de la mezquita visitamos el Mausoleo de Suleyman el Magnífico y el cementerio.

Desde aquí el recorrido lo hicimos ya a pie porque el resto de las visitas quedaban más cerca y nos llevaban de camino al hotel.

Hicimos una parada en la UNIVERSIDAD DE ESTAMBUL, rodeada de jardines llenos de estudiantes, y en el BAZAR DE LOS LIBROS, donde se pueden encontrar buenas ofertas. Aquí charlamos con un numismático que nos regaló varias monedas turcas antiguas ¡y eso que no le compramos nada!

El resto del día lo pasamos en el GRAN BAZAR, recorriendo sus callejuelas, todas bastante estrechas, menos la gran calle de los joyeros, sus miles de puestos (más de 4.000), regateando, comprando. No puedo describir todo lo que hay porque es que ¡hay de todo! Es fácil despistarse del grupo así que es buena idea establecer un punto de encuentro en caso de que cada uno se vaya por un lado.

Al caer la tarde nos acercamos a una tetería que nos habían recomendado, Cennet, cerca de la columna de Cemberlitas, donde hacen unos platos de pan turco (parecido al pan de pita) con pollo, verduras, etc. riquísimos. Además lo cocinan unas mujeres en el centro de la sala y ves toda la preparación del plato. Tras la cena nos fuimos al hotel.


24 de marzo de 2001

Por la mañana nos fuimos hasta Eminonu, el puerto situado a la entrada del Cuerno de Oro desde donde parten los transbordadores que recorren el Bósforo. Yo no los recomiendo para nada, son bastante caros. Una buena opción es alquilar un barquito. Hay varios por el puerto que se ofrecen a buen precio, así que regateando un poco consigues una mañana entera por el Bósforo, con todas las paradas que te apetezcan por muy poco dinero. A nosotras nos salió por un dólar por persona. En total le pagamos 10 dólares al buen señor que estaba más contento que unas castañuelas y nosotras encantadas. El trato le hicimos con otro hombre que hablaba un poco de inglés. El hombrecito del barco no entendía ni papa de otro idioma que no fuera turco, así que se esmeraba todo lo que podía con una guía de Estambul, enseñándonos dónde podíamos parar y lo que podíamos ver. Por supuesto, nos esperaba en cada visita el tiempo que hiciera falta.

Recorriendo el Bósforo hicimos varias visitas: pasamos cerquita de la Torre de Leandro, donde se rodaron las escenas finales de una de las películas de James Bond (las de Pierce Brosnan), no me preguntéis cual porque las confundo... Hicimos una parada en la CIUDADELA RUMELI HISAR, construida en el siglo XV por los otomanos en la zona más estrecha del Bósforo con carácter defensivo. Se conserva bastante bien y subiendo a los torreones más altos hay unas vistas estupendas del Bósforo y de la parte asiática de la ciudad.

En la siguiente parada pisamos ya tierra asiática. El PALACIO DE BEYLERBEYI (Beylerbeyi Sarayi) se encuentra en la parte asiática de la ciudad. Es del siglo XIX, lo que se aprecia claramente en su arquitectura exterior e interior, aunque tiene en su decoración toques turcos y orientales que hacen de él un edificio muy singular. Como peculiaridad, los suelos están cubiertos de esteras para mantener fresco el edificio. Otro dato notable es que aquí vivió una temporada la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón, y parece ser que el sultán que construyó el palacio, que era bastante fuertote porque tenía una cama de dos por dos reforzada, se enamoró de ella y pretendió raptarla. O por lo menos eso cuentan...

La entrada al palacio costaba entonces 3 millones de liras turcas, ahora habrá que quitarle varios ceros al precio.

Ya de vuelta hacia Eminonu, hicimos otra parada en el Palacio de Dolmabahçe, aunque sólo visitamos el exterior, con sus hieráticos guardias, y la mezquita de Bezmialem, que está justo frente al palacio. El interior lo dejamos para el día siguente, porque merece una visita muy tranquila.

Regresamos a Eminonu y pasamos el resto del día en el Bazar de las Especias y en el Gran Bazar.


25 de marzo de 2001

El viaje iba terminando. Por la mañana cogimos un autobús en la plaza cercana al Gran Bazar. Nos entendimos más o menos con un conductor que nos dijo que era su línea la que pasaba por Dolmabahçe. Así que nos montamos y llegamos hasta el PALACIO DOLMABAHÇE (Dolmabahçe Sarayi). Allí no había parada, pero el señor, muy amablemente, paró el autobús justo junto al palacio y allí nos bajamos. Anda que seguro que hace lo mismo un autobús en España, je je.

El Palacio se construyó a mediados del siglo XIX siguiendo los diseños de los palacios de Buckingham, en Londres y del Louvre de París. Fue un gran derroche económico que acabó de llevar a la ruina al imperio otomano. En los años 20 del siglo pasado fue de nuevo ocupado por el primer presidente de la República, Ataturk, que murió aquí en 1938.

En el exterior está la mezquita del palacio y la torre del reloj y, antes de acceder al palacio hay varios patios con jardines.

En el interior destaca el mayor salón del trono del mundo, una impresionante estancia con un trampantojo en el techo sostenido por unas 50 columnas. El lujo es extremado, tanto en los materiales como en la decoración. También son impresionantes la enorme escalera con balaustrada de cristal y el baño del sultán, con paredes hechas de alabastro egipcio. Los muebles son europeos, traídos de Inglaterra y Francia.

A salir del palacio, cuya entrada costaba 5 millones de liras turcas, decidimos descansar de tanto lujo en Eminonu, donde nos comimos otro kebap. Ya por la tarde tomamos el té con Bahri y después nos fuimos a una tetería a fumar en las famosas cachimbas o narghiles turcos. Yo no fumo, pero he de reconocer que el humillo vaporoso con aroma a manzana de las pipas era muy agradable.

Se hizo la hora de cenar y elegimos un restaurante frente a nuestro hotel donde hicimos una cena típica turca con platos como las brochetas de carne y verduras, los rollitos de hojas de parra, los mejillones rellenos, todo muy rico pero algo picante.

Al acabar nos fuimos al hotel para descansar unas pocas horas. Nuestro vuelo de regreso salía a las 5 de la mañana. Llegamos a Valladolid a las 12 de la mañana del día siguiente, cansadas pero con recuerdos imborrables.

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