Hacía ya unos días que no encontraba la inspiración para escribir. Gracias a Barnes y a su fantástico “Arthur y George” la he encontrado.
He leído mucho a este autor y lo he hecho en dos fases. Una hace bastantes años cuando lo conocí, lo mantuve en letargo y recientemente lo he sacado del baúl de los recuerdos para acercarme de nuevo a él. No se puede decir que técnicamente lo considere uno de mis autores favoritos, aunque si atendemos a la proporción de libros de su obra que he leído casi debería considerarlo así. Si no lo incluyo entre mi selección de autores predilectos es porque Barnes es tremendamente irregular.
Es capaz de lo mejor y de lo peor. Tiene novelas muy buenas y otras tremendamente malas, y lo que es peor, esta irregularidad es capaz de tenerla incluso dentro de una misma novela. Tiene novelas con partes abominables que de repente se ven sacudidas por un golpe de genialidad. Si no fuera porque lo bueno es muy bueno, hace tiempo que hubiese desistido porque a mí semejante carrusel me exaspera un poco. No me gusta jugármela cada vez que cojo un libro. Si el riesgo fuera entre leer un buen libro o un bodrio, ya os digo, pasaría. El problema es que no es “un buen libro”. Es que cuando es bueno, es MUY bueno, y algunas de las líneas más maravillosas y que más me han marcado en mi vida son de Julian Barnes. Sólo por eso le sigo dando una oportunidad tras otra. Es de los pocos autores a los que les permito que me den una cal y una de arena.
Julian Barnes es un autor bastante atípico. He escrito mucho sobre él últimamente y no me quiero repetir. Sólo decir que nació a mediados del siglo XX en Inglaterra y forma parte de una generación muy brillante de escritores de la que es uno de los grandes exponentes. Sus novelas no siguen un patrón preestablecido y se atreve con temas más que variados. Lo mismo se inventa un parque temático que recrea la Inglaterra más típica, que hace un repaso por diez capítulos de la historia (que destacan por lo raro de su selección), o hace una novela triangular en la que oímos las voces de tres personajes sobre un mismo acontecimiento.
Si me tuviera que quedar con dos cosas de Barnes, una, yo destacaría su capacidad para diseccionar las relaciones humanas. Me parece que es precisamente con los temas más humanos con los demuestra especial maestría puesto que siempre las aborda con sinceridad (a veces a bocajarro) y con una profundidad que no es nada habitual. Se implica, pero no tiene miedo de mostrar a las personas tal cual son, humanas, con sus virtudes y defectos. Nunca encontraremos personajes planos en Barnes, ni poco explorados. Por el contrario, sus personajes siempre están llenos de matices y de vueltas.
Y dos, me quedo con los puntos de vista tan atípicos que elige para sus novelas. Pocas veces elige argumentos trillados. Una novela de Barnes es siempre sorprendente por lo original de su propuesta. Unas veces es por lo que cuenta y otras por cómo lo hace, pero rara vez es una novela del montón. A veces los experimentos le salen bien y otras no, como ya he dicho, pero siempre se arriesga y es un escritor muy poco conformista. Por eso sus novelas son tan distintas la una de la otra, porque en cada una ha tratado de hacer una cosa diferente. Yo sinceramente no creo que sea por pedantería. Más bien me da que es porque si no se aburre. Barnes tiene pinta de ser una persona muy inquieta y si bien a todas les da un sustrato de buena prosa (porque si algo es innegable es que maneja el lenguaje como quiere y que a veces consigue hacer poesía en las novelas) tiene la necesidad de no estancarse en lo que ya sabe hacer.
== ARTHUR Y GEORGE ==
Es, de todo lo que he leído de Barnes, la novela más adecuada para todos los públicos. Es la novela menos experimental, con una estructura más fácil de seguir y con una historia más convencional. Y precisamente por eso mismo, es la más atípica de todas las suyas, puesto que no se parece demasiado a nada de lo que le hubiese leído hasta la fecha.
A pesar de ser la última que tiene publicada hasta la fecha es sin embargo es una estupenda novela para iniciarse con este autor si no habéis leído nada suyo. Fundamentalmente porque mantiene las constantes en su obra que he nombrado anteriormente y no tiene las dificultades que entorpecen su lectura en otras. También, no lo negaré, no llega a las cotas de magnificencia de algunos de sus escritos, pero el nivel general es muy alto y es una novela de calidad constante. Barnes ya he explicado que es un escritor montaña rusa que sube y baja. Los momentos más gloriosos, las frases mejores, los pasajes más memorables están precisamente en novelas que no mantienen la regularidad en la calidad. Aquí quizás careceremos de esos momentos que anclarán a Barnes a nuestra memoria, pero sí que nos permitirá entender porqué este buen señor se ha hecho un hueco en la literatura.
Creo pues que como novela de iniciación es magnífica, la mejor que he encontrado suya hasta la fecha para este propósito. Mantiene la esencia de Barnes en cuanto a calidad prosística, profundidad en la descripción de personajes, selección de los puntos de vista y minuciosidad de los detalles y por otro lado es una novela con un ritmo adecuado y que te engancha.
Barnes jamás podrá ser considerado un “page turner” propiamente dicho. A pesar de que esta novela se lee muy bien y que la lectura es considerablemente más ágil que cualquiera de sus textos, sus obras están pensadas para ser paladeadas y no engullidas. Incitan a una lectura sosegada y tranquila, no a una lectura compulsiva. Quizás sea por lo que he comentado del gusto por el detalle. Barnes es un autor en el que nada es casual. Se fija en multitud de detalles, de cosas pequeñas que suceden, pero lo hace de tal modo que no entorpece la lectura en absoluto. A mí me molestan mucho los autores que yo denomino “yo y mi ombligo” que se pasan la vida dándole vueltas a las cosas que les suceden a ellos. Barnes no es introspectivo en absoluto. Sus personajes no son necesariamente personas encerradas en sí mismas sino que más bien son gente observadora. Que es una gran diferencia. Las tramas siempre avanzan, siempre suceden cosas y la diferencia con otros autores es que tenemos muchísima información de lo que sucede. Cosas que para otros serían fútiles, para Barnes no lo son, con lo que el cuadro que se muestra ante nuestros ojos está lleno de matices y colores distintos.
Así que este libro no se atasca sino que fluye. Más despacio porque tiene que contarnos muchas cosas, pero no se pasa horas y horas hablando de cosas intrascendentes. Todo tiene su aquel. En absoluto es un libro contemplativo, pasan muchísimas cosas pero el relato es muy rico.
Otra de las cosas que siempre me sorprende de Barnes es lo poco que juzga a sus personajes. Los presenta tal y como son y siempre parece querer decirnos que la verdad no es única, que siempre hay varias versiones sobre la misma. Esto lo llevó al extremo en “Hablando del asunto”, el libro triangular que os comentaba más arriba. El mismo hecho, contado por tres personas distintas adquiría distinta relevancia. Es obvio que a veces se le notan las simpatías, pero pocas veces hay buenos y malos. Incluso los presuntamente buenos siempre tienen (como tenemos todos, por otro lado) defectos y cosas que nos hace más humanos. En el caso de este libro esto vuelve a estar presente.
El libro narra la historia de Arthur y George. George Edalji es el hijo de un sacerdote anglicano de origen parsi al que en un momento de su vida juzgarán y condenarán por haber matado a un número considerable de reses en una tranquila localidad del campo inglés cercana a Birmingham. La situación era surrealista, porque tanto a George (que es abogado), como a su familia llevan años acosándoles y enviándoles cartas amenazadoras anónimas que posteriormente en el juicio dirán que escribió él mismo, y no había absolutamente ninguna prueba en su contra. Pero pese a todo fue condenado. Y Arthur es Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes que conocerá la historia de Edalji y se aprestará a echarle una mano.
La historia es absolutamente cierta. Como dice Barnes, todas las cartas y artículos que aparecen son reales y tanto lo que le sucedió a Edalji como la implicación de Conan Doyle están perfectamente documentados. Pero claro, como es habitual en Barnes (ya lo hizo en “Una historia del mundo en diez capítulos y medio”), la visión que da de lo ocurrido es muy personal, como no podía ser de otro modo.
El libro está dividido en cuatro capítulos grandes. Dentro de éstos encontramos muchos trozos, encabezados por el nombre de quien lo protagoniza. No he encontrado otra palabra más adecuada que “trozos”, ya perdonaréis. A veces son unos párrafos, otras veces son muchas hojas… depende de lo que cuenten. Así que la historia va pasando de uno a otro, hasta que se encuentran y se vuelven a separar. Contado es mucho más difícil de entender que leyéndolo. No resulta nada complicado pasar de la historia del uno a la del otro puesto que son tan diferentes que es virtualmente imposible mezclarlas. Tampoco sus caracteres se parecen en absoluto.
Barnes vuelve a ser aséptico en sus descripciones de los personajes. Edalji es a todas luces buena persona e inocente de lo que se le imputa, pero al mismo tiempo se le ve coartado por su padre y con poca facilidad para las relaciones humanas. Conan Doyle (por cierto, oftalmólogo de profesión) muchas veces nos parece un tanto presuntuoso.
A mí la historia me ha parecido apasionante. Me ha gustado mucho, y más aún por ser cierta. El caso Edalji me parece algo digno de conocerse y más siendo tamizado por la pluma magistral de Barnes. ¡Y no sabéis lo que me ha sorprendido saber que Conan Doyle odiaba a Sherlock Holmes!
== RECOMENDACIÓN ==
Ahora Anagrama lo ha vuelto a editar en su versión barata, así que por no llega a 9 euros lo tenéis disponible. Como he dicho, creo que es una novela muy para todos los públicos, que se lee muy bien y que resulta amena. Así que creo que merece la pena hacerse con ella porque cuenta algo interesante, está bien escrita y tenéis ocasión de leer a un autor magnífico “con red”.
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