Dominique Moceanu: An American Champion


Todavía guardo por casa una vieja cinta de vhs en la que apenas se puede ver parte de la competición en gimnasia artística de los juegos de Seúl. Corría el año 1988 y ya estaba completamente loca por este deporte. Mi primer recuerdo, sin embargo, se remonta a 1984, cuando yo tenía apenas 8 años y pude ver a Mary Lou Retton en las olimpiadas de Los Ángeles. Desde entonces me he convertido en espectadora ocasional (puesto que en este país es realmente complicado ver una competición de este deporte y prácticamente tienes que esperar de olimpiada en olimpiada para verlo). Me gusta mucho la gimnasia artística, y sin ser, ni de lejos, una experta sí que tengo el ojo algo entrenado y me gusta ver y leer lo que puedo sobre él.

Creo que uno de los motivos por los que me gusta tanto este deporte es porque me parece tremendamente difícil e infravalorado lo que hacen las personas que se dedican a él. Cuando yo era cría, hacía, como muchas de las niñas españolas, gimnasia rítmica. Pero tengo la sensación de que me pasé gran parte de mi infancia cabeza abajo haciendo palomas, pinos y cosas por el estilo. Era simplemente una diversión y yo simplemente pasaba el rato. Pero sí que cada vez que teníamos la ocasión en el gimnasio donde entrenábamos jugábamos a hacer figuras sobre las manos. Me parecía complicadísimo, pero no paraba de intentarlo. Nunca pasé de ser un paquete, ni lo pretendí realmente, pero me quedaba y me quedo boca abierta cada vez que veo a alguien volar por los aires como si fuera tan sencillo como decir hola.

Entre mis recuerdos se cuentan las olimpiadas de Atlanta. Han pasado unos cuantos años, pero hay cosas que no se olvidan. Y entre ellas está esa competición por lo emocionante que estuvo. No me acordaba de quién ganó, ni de los ejercicios, pero me acuerdo como si fuera ayer de dos personas del equipo de los Estados Unidos, que ni siquiera eran las mejores. Una, Kerri Strug se cayó aparatosísimamente del potro, lesionándose la pierna. Tuvo que subir a recoger la medalla conseguida por su equipo casi llevada a hombros por sus compañeros y su entrenador, Bela Karolyi, toda una institución en el mundo de la gimnasia.

La otra persona de la que me acuerdo es Dominique Moceanu. Cómo no acordarme. Era una niña de 14 años, algo que jamás va a volver a darse porque después de Atlanta prohibieron a las gimnastas menores de 16 años (pueden tener 15 sólo en caso de que cumplan los 16 ese año) que participasen. Dominique tenía 14, pero aparentaba 10. No sé cuánto medía, pero aproximadamente en torno al 1,40 de estatura ¡era muy pequeñita! Dominique era una promesa de la gimnasia pese a su corta edad y me sorprendió el modo en el que afrontó la competición. Sin embargo lo que más recuerdo fue la sensación de que la trataron fatal cuando falló por dos veces en la competición. Una de ellas en la competición por equipos, cuando se cayó por dos veces consecutivas en el salto y otra, la más aparatosa, en la final de la barra de equilibrios.

Esa caída fue horrorosa. He buscado el vídeo para refrescar la memoria y he podido observar con horror una vez más como la pobre niña se caía de cabeza desde una considerable altura. Para los que no sepáis cómo es una barra de equilibrios, u os hagáis a la idea de lo difícil que puede llegar a ser un ejercicio encima de ella, la barra mide cinco metros de largo por apenas 10 centímetros de ancho. Apenas cabe un pie y sobre ella, a más de 1,20 metros de altura sobre el suelo, con el eje de gravedad completamente desplazado las gimnastas desarrollan un ejercicio de unos 90 segundos en el que practican todo tipo de acrobacias. Para muchas de ellas, es el ejercicio más odiado porque requiere una técnica muy depurada y es probablemente el más peligroso. De ahí se cayó Dominique, con lo que podéis imaginar que el porrazo fue considerable. No sé qué me asustó más, si el golpe, que fue considerable o el desdén que ya entonces percibí por parte de su entrenador Bela Karolyi. He intentado buscar el ejercicio y sobre todo, los acontecimientos que le siguieron, pero no he podido. Así que tendré que fiarme de mis sensaciones.

Os cuento todo esto porque doce años más tarde me ha vuelto a venir a la memoria Dominique y los acontecimientos de Atlanta con motivo de las Olimpiadas de este año. Hace poco os conté sobre Bookmooch, la comunidad de intercambio de libros en la que estoy. Pues bien, tuve oportunidad de hacerme con este libro y lo hice puesto que quería saber más sobre esta chica, de la que no se volvió a saber más.

== El libro ==

Realmente el libro fue escrito justo antes de que Dominique marchase a las Olimpiadas, de manera, que se deja la parte quizás más interesante de su vida, que fue la post-olimpiada y los años subsiguientes. Pero sí que tiene su aquel porque fue escrito en plena vorágine, cuando Dominique era sólo una cría. Es curiosísimo navegar en la red y oír la voz adulta de la Moceanu, que es de todo menos conformista. Se desdice de muchas de las cosas que escribió en el libro porque aquello acabó como el rosario de la aurora. No cabe duda de que es mucho más interesante el discurso adulto de la gimnasta porque no tiene ningún tipo de pelos en la lengua y no se ha cortado un pelo en poner de manifiesto el lado más oscuro de la gimnasia artística de élite.

Lo que se puede encontrar en él (escrito, supuestamente, por una preadolescente de 14 años, no lo olvidemos) es la historia de Dominique Moceanu cuando era una niña prodigio de la gimnasia.

Dominique narra como el máximo sueño de sus padres, dos exgimnastas rumanos exiliados en los Estados Unidos, era tener una hija gimnasta de élite. Dominique fue dirigida desde que era bebé hacia esa meta. Ella en el libro lo cuenta con alegría, pero yo lo leía sobrecogida. Con tres años fue presentada a Karolyi, que había sido el entrenador de Nadia Comaneci y de Mary-Lou Retton, así como de otras gimnastas de élite como Kim Zmeskal o Betty Okino para que la entrenase. Éste declinó entrenarla, pero le dijo a su padre que si a los 8-9 años seguía siendo una promesa lo haría.

Así que Dominique comenzó a entrenar siendo un pedugo en Florida. Como un juego, sí, pero dirigida por sus padres, sobre todo por su progenitor, que aspiraba a que su hija consiguiera los triunfos que no terminó de lograr él. Y con 8 años volvieron a Karolyi y comenzó a entrenar con él.

El tono con el que habla Moceanu de Karolyi es de profunda admiración. De hecho, es él quien prologa el libro y seguro que estaba hueco como un pavo cuando leyó las palabras de la niña hacia él. Dominique cuenta que Karolyi tenía un enorme gimnasio en Houston donde entrenaba a un montón de niñas. La mayor aspiración de todas era entrenar en el gimnasio azul, donde practicaban las gimnastas de élite. La vida de Dominique durante esos años, que son toda su infancia, son duros durísimos. Sorprende leer como asumía con normalidad jornadas maratonianas de estudio en el colegio y posteriormente ocho horas de gimnasio. Al final tuvo que estudiar por correspondencia porque era imposible dedicarle el mismo tiempo al estudio y al entrenamiento. Jornadas en las que los músculos dolían, las rutinas se repetían sin descanso un día tras otro sin apenas descanso.

Era sólo una niña. Cuenta con naturalidad como hubo un momento en que se levantaba agotada porque incluso durmiendo practicaba sin cesar sus ejercicios. Tuvo que darse unas ligeras vacaciones (un día a la semana, ya veis) en las que salía a pasear y trataba de desconectar. Mientras, no podía.

Lo más interesante del libro no es lo que cuenta (si bien, por ejemplo explica muy bien cuál es el funcionamiento de las competiciones, el modo en el que selecciona a las gimnastas para formar parte del equipo olímpico, o cómo se desarrollaba un día normal para ella) sino más bien lo que no cuenta. Es un libro para leer entre líneas, sabiendo lo que pasó a posteriori. Da la sensación de que es una persona casi con síndrome de Estocolmo, puesto que durante ese tiempo, no hacía más que relativizar las cosas, los sufrimientos, los dolores y el estrés psicológico. Era lo que se esperaba de ella, y ella trataba de agradar a todo el mundo, convencida de que era lo que tenía que hacer.

Si se lee sin saber nada más, casi parece un cuento de hadas, en el que todo es perfecto. Sólo conociendo qué pasó a continuación se entiende la verdadera dimensión de sus palabras y se puede leer entre líneas. Porque Dominique Moceanu creció y habló de todo lo que se puede entrever en el libro.

== Y qué pasó ==

Dominique Moceanu es ahora una mujer casada. Tiene 27 años, una hija de dos años y está embarazada de su segundo bebé. Su marido es médico, aunque practicó la gimnasia de manera profesional como ella, de manera que la entiende perfectamente. No sé cuánto mide ahora mismo, supongo que habrá crecido algo más, pero en lo que se nota una gran diferencia es en su madurez.

Sigue ligada a la gimnasia, aunque a tiempo parcial. Es un deporte que ama, y mi sensación es de que precisamente su amor por la gimnasia es lo que ha hecho que denuncie las cosas que no le gustan. No ha tenido ningún problema en criticar cuestiones sobre ese mundo que no sólo a ella, sino a muchos nos disgustan.

En el libro habla con verdadera adoración de su padre y de sus entrenadores. Hoy su discurso ha cambiado de manera radical. Habla pestes de Bela Karolyi y de su mujer Marta, que formaba un tándem inseparable con él. Y no me extraña.

Dominique pasaba más tiempo en el gimnasio que en otro sitio. Entrenaba sin parar y las personas que allí trabajaban eran casi parte de su familia. Cualquier decepción por parte de otras personas la hubiese encajado de otra manera, pero me da la sensación de que ella no pudo perdonar a sus entrenadores cuando la trataron tan mal después de Atlanta. Y es que los Karolyi eran extremadamente competitivos. Cuando sus gimnastas triunfaban, las llevaban en palmitas, pero en el momento en que comenzaba su declive o que fallaban, se volvían hacia ellas con una crueldad extrema. Cuando tenía 14 años Dominique no lo decía, pero con veintitantos sí. Y ha contado que habiendo sufrido horrorosas caídas ellos no habían creído su dolor y la habían obligado a seguir trabajando. Al final fue una lesión importante la que tuvo. Creo que se sintió utilizada y eso ella no lo llevaba nada mal. Mientras estuvo metida en la vorágine de la competición no fue capaz de racionalizarlo, pero cuando vinieron las vacas flacas lo hizo y Dominique tuvo que crecer.

Es curioso porque en el libro se percibe que Dominique era una persona muy trabajadora y constante. Relativiza todos los esfuerzos. Ella quería conseguir una meta y se aplicaba a ello con todas sus fuerzas. Tampoco da la sensación de ser una persona quejica en absoluto. Así que me puedo imaginar lo que tuvo que pasar.

Por otro lado, otra de las cosas que llaman la atención es el modo en el que el libro están tratados los desórdenes alimenticios. Cuenta lo que comía, que se percibe como francamente insuficiente para una persona que está practicando ejercicio físico de ese modo, y lo justifica. Habla de que cuando eran días especiales se permitía comer un poco fuera de la dieta… y ese poco lo cifra en un par de galletas, dos bocados de algo. Con los años, Moceanu directamente habla de anorexia y de mala alimentación. Dice directamente que los Karolyi lo fomentaban. Y viendo sus escuálidos cuerpos, me lo creo.

Otra de las personas que más le decepcionó fue su padre. En el libro habla con adoración de él. Sin embargo, sólo pasarían tres años para que Dominique, con 17, pidiera la emancipación. Al parecer su padre se quedaba con gran parte de sus ingresos y la explotaba. Los tribunales le dieron la razón y Dominique vivió independiente desde entonces. Aún así, fue noticia varias veces en esos años porque tuvo que denunciar a su padre por acoso. Tenía miedo ya que se presentaba en su apartamento y la seguía, cuando tenía una orden incluso de alejamiento.

Todas estas cosas, así como las lesiones hicieron que Dominique no volviera a competir en las Olimpiadas, algo que podía haber hecho perfectamente con 20 años. Su compañera de las “Siete magníficas” (como se apodó al equipo que consiguió el oro olímpico) Dominique Dawes, por ejemplo, compitió en tres juegos olímpicos. Tres juegos es algo rarísimo, pero dos son bastante más viables, sobre todo teniendo en cuenta que en sus primeros juegos tenía sólo 14 años.

No es de extrañar que tuviera que crecer tan deprisa.

Hoy Moceanu habla con excepcional lucidez del mundo de la gimnasia. Como entrenadora aboga por tratar a las niñas como personas (y no sometiéndolas a maltrato psicológico como hicieron con ella). Vigila la dieta de sus alumnas para que no caigan en los desórdenes alimenticios que sufrió ella. Habla de que la gimnasia tiene muchas cosas positivas, como la fortaleza de carácter, el espíritu de sacrificio y la constancia, pero dice que no se puede poner el deporte por encima de las personas y que resulta mucho más productivo estimular a la gente que jugar a hundirla cuando hacen algo mal. Dice que no le importaría que su hija se dedicara a la gimnasia, pero que trataría de no caer en los mismos errores que su padre. Al parecer actualmente el padre de Moceanu sufre una enfermedad terminal y ella se ha medio reconciliado con él. Con los Karolyi sigue la guerra abierta y no se corta un pelo en criticarlos. Es más, está muy dolida con algunas de sus compañeras por no denunciar algunas de las cosas que vivieron y enmascarar los acontecimientos. Yo la creo.

== Concluyendo ==

Mi visión sobre la gimnasia es bastante parecida a la de Moceanu. Todo deporte de élite requiere una serie de sacrificios, eso es evidente, pero no a cualquier costa. Me quedé alucinada en su día cuando vi la extraordinaria competitividad de este mundo en su persona. Es lícito querer ganar, pero no a costa de destrozar a crías (porque no son más que niñas) y hundirlas en la miseria cuando fracasan. La labor de un entrenador debería ser la de trabajar con ellas de una manera sana para que hagan lo mejor posible las cosas y para que no fallen, pero si esto sucede, estar a las duras y a las maduras. Bastante presión tienen sobre sus hombros. Bastante culpables se sienten ellas cuando fracasan. Me parece terriblemente cruel darles la espalda cuando más lo necesitan.

El libro no es un imprescindible. Esto es cierto. Y más si se lee sin saber nada más. Pero es un documento interesante cuando se tiene más información. Sirve para conocer por dentro cómo viven y sienten el momento, cuál es su discurso cuando están en la cresta de la ola. Nadie mejor que las propias gimnastas para contarnos cómo se vive en un mundo tan competitivo, cómo se creen lo que les dicen y lo asumen como propio. Lo han mamado. No han conocido otra cosa.

Y después de leer historias como ésta, de un deporte en el que se cobra una miseria y se trabaja un montón, alucinas cuando oyes a futbolistas quejarse porque están cansados….

P.D. Si alguien tiene interés en conocer el libro lo voy a colgar en bookmooch para que quien quiera pueda leerlo. Eso sí, está en inglés, pero dado que está escrito por una niña de 14 años se lee sin absolutamente ninguna dificultad

1 Response to Dominique Moceanu: An American Champion

Anónimo
10 de mayo de 2009, 12:47

Me ha encantado lo que acabo de leer, muy bien relatado ;) por cierto, es este el vídeo al que haces referencia de las olimpiadas del 96? http://www.youtube.com/watch?v=UneG0BA8740