domingo, 9 de noviembre de 2008

El niño con el pijama de rayas - John Boyne


Sí. Ha pasado. Al final he caído en la tentación llamada "El niño con el pijama de rayas"; uno de los fenómenos literarios del año. La novela que se ha convertido (para mal y horror de muchos) en superventas, encaramándose a las cimas de las listas mundiales de "los libros más vendidos". Después de estar durante meses en la resistencia, al final he sucumbido a sus encantos. A pesar de ser una novela muy mediática a la cual crítica y público ponían por las nubes y cuya lectura era calificada como "indispensable" para niños y no tan niños, yo me resistía a leerla porque no creía que fuera a ser de mi agrado. Gran error que, por suerte, ha quedado subsanado.

Mi encuentro con "El niño con el pijama de rayas" se produjo de forma casual y fue Internet quien lo propició. A pesar de no interesarme de un modo especial, lo cierto es que este libro sí que acabó despertando mi curiosidad a causa del eco mediático, así que aproveché la oportunidad que me brindó Internet para echarle "un vistazo" (no tenía intención de leerlo; tan sólo quería ver qué era lo que había provocado semejante revuelo). Asemejo mi experiencia con este libro al hecho de comer snacks de bolsa: sólo quieres un par, pero acabas devorando la bolsa entera. Lo mismo me pasó a mí con esta novela: me acerqué a ella de forma reticente, con la intención de leer sólo las primeras páginas para ver el despropósito que los más críticos decían que era… y ya no pude parar. Me atrapó de tal manera que, a la mañana siguiente, tuve que ir a la tienda a comprarla para poderla leer en formato papel (odio el soporte electrónico) e incluirla en mi estantería, que la llamaba a gritos. Mi escepticismo inicial venía dado por varios motivos: [Uno] Iba con una noción preconcebida de que sería un libro que buscaba la lágrima fácil valiéndose de un hecho como el Holocausto. [Dos] En los últimos meses he comprado algunos libros de éxito internacional que me han decepcionado enormemente y tenía la sensación de que éste sería otro de ellos. Errar es humano, ¿no?
El que un libro venda millones de copias a lo largo y ancho del planeta no supone para mí ningún reparo a la hora de decidir leerlo. No obstante, para mucha gente eso es un obstáculo insalvable. Ahora lo que está de moda es arrugar la nariz ante los éxitos rotundos, sujetarlos con la punta de los dedos y el brazo estirado como si fueran un par de calcetines sucios y decir aquello de "Uy no, no. Yo es que odio leer lo que lee todo el mundo. Además, este libro es súper comercial y no es más que un producto de marketing. Y ya ves tú, toda la masa borreguil se ha lanzado en picado a leerlo. Lo que me fastidia es que haya gente que lo único que lee son los prospectos de los medicamentos y que, de golpe, se haya lanzado de cabeza con este libro y ya se piense que ha leído alta literatura. Pues no. Es un libro malísimo de una calidad bajísima y una escritura súper pueril, oye. La muchedumbre tiene el gusto atrofiado y devora la carnaza que le lanzan sin ningún tipo de criterio, por eso adoran este libro tan nimio y fútil. Yo leo a PerogrullenVonPedanterie y su 'Tratado sobre la negrura del alma humana en la sociedad actual'. ¡Eso sí que es cultura, y no este libro!".

Lo hicieron con Dan Brown y "El código Da Vinci" y lo han hecho también con "El niño del pijama de rayas". Si fuera un libro de éxito imperceptible que hubieran leído cuatro gatos, estos mismos que lo pisotean serían los primeros en calificarlo como "libro de culto; lectura alternativa que conmueve desde lo más profundo con un estilo narrativo adultamente infantil plagado de sutilezas ocultas entre líneas para ahondar en los rincones más oscuros del ser humano". Pero claro… ¡es un best-seller! ¡Horror! (Lo que no saben ellos es que ir de alternativo también es una moda, mal que les pese). En fin: cada uno con lo suyo. Yo sólo puedo decir que "El niño con el pijama de rayas" me ha encantado y me ha parecido uno de los libros más deliciosos que he leído en mucho tiempo.


Sinopsis
Para decidir si un libro del que no tenemos ninguna referencia previa es de nuestro interés, lo primero que hacemos es ir a la cubierta trasera en busca de una sinopsis que nos dé una idea general de la trama argumental que vamos a encontrar en sus páginas. En el caso de este libro lo primero que llama la atención al ir en busca de su sinopsis es que no la tiene. En el lugar en el que debería estar incluida nos encontramos una nota del editor dirigiéndose a nosotros en las que nos advierte de la importancia de adentrarnos en la lectura del libro siendo "vírgenes", sin tener ninguna idea del argumento. La única indicación que nos da sobre la trama es que cuenta la historia de Bruno, un niño que se muda con su familia a una casa que está justo al lado de una cerca.

A estas alturas, debido al "boca-oído" y al alboroto mediático, no creo que quede nadie que se acerque a este libro sin tener ni idea de su argumento. Esto no supone un gran problema ya que la lectura de la novela sigue resultando deliciosa; no obstante, alguien que se inicie en su lectura estando totalmente "en blanco" va a tener el factor sorpresa argumental que una persona informada del quid de la cuestión no va a tener. De todas formas, es un factor nimio que no desluce en absoluto la esencia de esta gran novela.

El argumento es de una simpleza cautivadora: Bruno, un niño de 9 años, es hijo de nazis y no lo sabe. Cuando su padre es ascendido a comandante del campo de concentración de Auswitch, la familia abandona (junto a sus sirvientes) su Berlín natal para trasladarse allí. Bruno se siente muy solo en ese lugar porque no hay niños con los que jugar sino soldados por todas partes. En el exterior de su casa, donde acaba el jardín, hay una enorme valla de alambre de espino al otro lado de la cual hay un campo de concentración. Un día, indagando, Bruno encuentra a un niño en un lugar apartado al otro lado de la valla con el que traba una amistad que se prolongará a lo largo de un año.

Pequeño gran cuento para adultos

Una de las críticas más frecuentes que ha recibido "El niño con el pijama de rayas" es la de ser un pueril libro para niños que, gracias a una estupenda campaña de marketing y al esnobismo generalizado, ha conseguido venderse como una novela para adultos cuando en realidad no es más que un libro que debería pertenecer a la serie naranja de "El barco de vapor". Y precisamente por eso me acerqué a él con prejuicios: porque no soporto que se atribuya a algo (o a alguien) cualidades que no tiene ni que se distorsione la realidad a base de convencer con falacias al imaginario colectivo. Ya se sabe que una mentira, repetida muchas veces, acaba siendo verdad. En el caso de este libro mis prejuicios se cayeron como un castillo de naipes pasados los primeros capítulos. Cuando empiezas a leer este libro piensas que, efectivamente, es un libro para niños que bien podría pertenecer a cualquier línea editorial infantil. El estilo narrativo, la semántica, las expresiones, el vocabulario… todo en este libro está impregnado del aire que tienen las novelas para niños. Pero, a medida que vas leyendo, te vas dando cuenta de la compleja aparente sencillez que esconde este libro.

Discrepo completamente con la crítica de que sea un libro infantil mal escrito y mal llevado a la práctica. Yo lo defino como un cuento para adultos que PUEDE ser leído por niños mayores y que TIENE QUE ser leído por adolescentes y adultos. El estilo narrativo es infantil porque lo que persigue es que el lector vea la historia contada a través de los ojos de un niño. La narración de los hechos está hecha en tercera persona pero plasmando siempre los pensamientos del niño Bruno, de modo que se usa un estilo muy simple que, irremediablemente, recuerda a las novelas para niños. El golpe de efecto que se busca es, precisamente, ése: que el lector sea consciente en todo momento de que la realidad que se le cuenta está tamizada en la perspectiva de un niño de nueve años. ¿Eso es sinónimo de mala calidad literaria? En absoluto. Escribir un libro para niños conlleva mucha más dificultad de lo que la gente cree.

Yo no creo que sea, en absoluto, un libro indicado para niños. Si bien un niño de (pongamos) nueve años podría leerlo sin problemas [no presenta una estructura argumental ni un estilo narrativo complicados], no podría disfrutar del maravilloso ejercicio que supone su lectura. ¿Por qué? Por una razón muy simple: este libro lleva implícito un claro mensaje a gritos: ¡¡¡Lee entre líneas!!!. Veo muy improbable que un niño tenga la capacidad y el bagaje educativo necesarios para poder leer lo que esta novela dice entre líneas (que es MUCHÍSIMO; los espacios de los renglones están llenos de información), con lo cual se perderá este estupendo juego de espejos. Dudo mucho que un niño sepa qué fue el Holocausto, qué fue Auswitch, o quién fue Hitler (al cual el niño del libro llama "El furias" y describe como "Un señor bajito, con bigote, que va acompañado de una rubia más alta que él"). ¿Creéis que un niño sería capaz de interpretar este tipo de guiños y medias tintas? Yo no.

Y es que es ahí donde radica uno de los muchos encantos de esta novela: los adultos la leemos desde nuestra perspectiva de adultos pero viendo la historia a través de la inocente ignorancia de un niño; con la particularidad de que nosotros tenemos un bagaje que nos permite captar todos los guiños, metáforas, sutilezas, los silencios, lo dicho a medias, las frases inacabadas, lo no descrito… Nosotros sí que vemos la crueldad de lo que se relata y entendemos a qué hace referencia el autor, a pesar de que en ningún momento el libro describe escenas explícitas. Sabemos a qué se refiere el autor cuando deja las frases a medias sin llegar a describir minuciosamente lo que se ve. Donde el niño ve gente en pijama, nosotros vemos prisioneros. Donde el niño ve casitas, nosotros vemos un campo de concentración. Pero es porque nuestra imaginación y condición de adultos entienden lo que pasa sin necesidad de que se diga de forma explícita, en cambio un niño no puede hacer el ejercicio de leer desde la doble perspectiva. Los adultos podemos ponernos en el plano de los niños, pero ellos no pueden hacer lo propio con el plano adulto. Su perspectiva es unidireccional, la nuestra es bidireccional: de ahí viene nuestra ventaja a la hora de leer esta novela.

Un niño que lea esto se quedará, simplemente, con la historia de un niño que habla con otro niño que lleva un pijama de rayas. Comprenderá el libro pero no lo entenderá. Es, por poner un ejemplo, como el caso de "Mafalda": la leíamos de pequeños y nos encantaba pero, ¿realmente entendíamos algo? Nosotros creíamos que sí. Ahora, pasados los años y al volverla a leer, nos damos cuenta de que no entendíamos NADA. Es ahora, de adultos, cuando captamos el verdadero sentido porque nuestra perspectiva de adultos nos permite leer entre líneas y captar las metáforas. Un niño, por mucho que se le trate como a un adulto (y este libro lo hace), sigue siendo un niño con una perspectiva evidentemente infantil.

El horror visto desde la óptica de la inocencia

Este es un libro que yo incluiría en los planes de estudio del sistema educativo de todos los países porque lo considero un libro NECESARIO e IMPRESCINDIBLE. Entre otras cosas, este libro habla de la empatía (o de la carencia de ella). ¿No es ése uno de los grandes males de nuestro tiempo? Si miramos a nuestro alrededor veremos su carencia en todas partes: crueldad con los animales, ataques contra los que no se pueden defender, acoso escolar, mobbing laboral, burlas y mofas contra los que tienen alguna discapacidad, jóvenes irrespetuosos con los mayores y con el mundo que les rodea… ¿No veis en esto una terrible incapacidad de "ponerse en los zapatos del otro"? Pues de eso trata el libro. Mientras a ti no te afecta alguna injusticia, parece que no existe. Puedes ser responsable activo o pasivo, pero mientras todo esté bien en tu casa, ¿para qué mojarte? Pero, ¿qué pasa cuando lo que creías lejos y ajeno a ti viene y te da un bofetón de realidad? El libro es un claro análisis de este tema, es por eso por lo que creo que debería ser obligatorio en los planes de estudio a la edad de (aproximadamente) trece años. Antes, no. Pero considero que es un libro necesario.

Otro de los puntos fuertes de este libro es que, a pesar de estar escrito en formato infantil, no trata a los posibles lectores infantiles como niños sino como pequeños adultos. Desmitifica por completo el esquema cándido e ingenuo de "al final todo acaba bien". No. En este libro no esperéis encontrar un "y vivieron felices para siempre". La historia que cuenta y la naturaleza de la misma no dan cabida a este tipo de final. El desenlace (¡el tan comentado desenlace!) te deja helado; es duro sin mostrar nada pero obligando a sobreentenderlo todo y supone un soplo de realidad: en la vida no todo tiene siempre un final feliz y tampoco lo tiene este libro, por muy "cuento infantil" que sea. Es por eso que está dirigido a adultos y a adolescentes a partir de 13 años (tal como reza la contraportada del libro): porque un niño no entendería el final; sería incapaz de leer entre líneas (algo indispensable en todo el libro pero, sobretodo, en el final) y se quedaría con la lectura superficial. Y este libro, con una lectura superficial, pierde todo su significado.

A lo largo de la novela vamos siendo testigos de las vivencias de Bruno durante el año que pasa en Auswitch, de la amistad que traba con Schmuel (el niño de la valla) y de cómo se cuestiona lo que ve y lo interpreta a su manera. Una interpretación infantil, por supuesto. Porque no hay que olvidar que uno de los encantos de este libro es ver una historia de adultos a través de los ojos inocentes de un niño, de su perspectiva carente de bagaje para ser consciente de la tamaña maldad de lo que tiene ante sus ojos. Contado a modo de fábula, el libro arranca sonrisas involuntarias al leer las interpretaciones que hace Bruno de aquello que le rodea. Hay momentos duros que ponen la carne de gallina no porque lo cuentan sino por lo que se sobreentiende (porque, repito: no hay NADA explícito en este libro sino que es la mente del lector la que descifra los enigmas). Cuando leí los dos últimos capítulos y cerré el libro me di cuenta de que me temblaban las manos, sobretodo por las últimas frases (magistrales): un claro dardo envenenado y un clarísimo toque de atención para los ciudadanos del mundo de hoy en día. Es como si el autor te dijera: "Cuidado… vamos camino de cometer los mismos errores del pasado porque no hemos aprendido NADA de él". El pasado que lejos, sí, pero nada le impide volver en forma de presente.

Es un libro que se lee muy rápido: es corto y la letra grande, con un estilo muy ágil que mantiene el interés y hace que la historia fluya sin perder fuelle. Vamos siendo testigos de momentos puntuales de la vida de Bruno, aquellos más significativos, siempre con la mirada inocente del niño y la pluma irónica del escritor. Un retrato de la Alemania nazi y del Holocausto presentado de una forma magistral. Es interesante ver las diferentes perspectivas del Holocausto: el niño del campo de concentración ve un horror que no entiende, Bruno ve el horror pero no lo percibe como tal (porque desconoce la naturaleza de lo que sucede delante de sus ojos) y, sus mentores (padres, maestros, etc.), ven una defensa a ultranza de su patria, un amor por su país cuyo bienestar se ve amenazado por un colectivo de gente que son percibidos como enemigos de su patria, gente que destrozará todo aquello por lo que los nacionales han luchado y la gloriosa nación que han construído. (¿No os suena de nada esta situación? ¿No os parece de rabiosa actualidad?).

La verdadera perfección debe ser imperfecta

Otra de las críticas que ha recibido este libro es que está lleno de imprecisiones históricas y de hechos surrealistas. Sí: es cierto. Pero, ¿qué libro infantil no lo está? Mientras que para algunos esas imprecisiones y licencias libres son sacrilegios imperdonables, para mí son "pecata minuta". Lo que importa aquí es la historia, el desarrollo, cómo nos conmueve lo que vemos, que el libro nos haga reflexionar, aprender de los errores del pasado, etc. De modo que: ¿qué importa que el autor se haya tomado ciertas licencias a la hora de consumar la historia? Al final del libro tienes la sensación de haberte llenado de la historia, de haberte saciado literariamente y de haber reflexionado sobre lo importante. ¿No es eso suficiente?

No obstante, sí que percibí pequeños "fallos" que, en conjunto y dada la grandeza del libro, no son tales.

• El final: no sé si fue porque todo el mundo hacía referencia a él o porque lo intuí, pero el caso es que el final (según mi opinión) se ve venir. En concreto, por dos momentos específicos del libro (uno más al principio y el otro más en el último trozo): esas dos escenas y la manera de enfocarlas me hicieron prever el desenlace. Así que… sí: el final se ve venir. De todas formas, te deja igualmente helado cuando llega por la manera de representarlo y entregarlo al lector y porque es un colofón final apoteósico.

• Durante gran parte del libro, Bruno se reúne con Schmuel (el niño con el "pijama de rayas") en un punto concreto de la valla al que Schmuel ha conseguido llegar aprovechando la falta de vigilancia militar en una zona del campo de concentración. Los dos críos se reúnen allí cada tarde a la misma hora. Esto me pareció un poco surrealista. ¿Es realmente factible que un niño burle la vigilancia militar durante UN AÑO ENTERO para reunirse con un amigo en un punto concreto de la valla cada día a la misma hora EN UN SITIO COMO AUSWITCH? ¿Y PRECISAMENTE en un punto en el que la verja de alambre de espino está mal sujetada por debajo? Realmente, no. Pero eran una situación y escenario necesarios para poder montar y desarrollar la historia, así que queda más que perdonado y no entorpece ni desluce en absoluto la historia.

• El exceso de inocencia: Bruno, el niño a través del cual se nos narra la historia, tiene la inocencia de un niño de nueve años que todavía no ha sido pervertido ni corrompido por la crueldad atroz del mundo real. Esta inocencia y dulce ignorancia eran necesarias para contar la historia de la manera en que está contada, aunque muchas veces se aprecia un exceso de inocencia. ¿Cómo puede ser que, en la Alemania nazi, un niño alemán no sepa lo que es un judío [se supone que su educación escolar incluye el antisemitismo y la superioridad de la raza aria], quién es el führer, qué es un campo de concentración, no reconozca a un prisionero y no se dé cuenta de que su propio padre es un comandante nazi? Es poco verosímil, aunque un vehículo necesario para contar la historia. Los personajes están estereotipados, sí: los malos son muy malos y los buenos muy buenos. Pero para darle a la historia el enfoque que se le quería dar, tenía que ser así (en las películas para niños los malos son muy feos y los buenos muy guapos; en literatura se usa el mismo recurso pero substituyendo el físico por la personalidad).

¿Recomendado?

Totalmente. Un libro excelente. Yo fui muy reticente a leerlo y me alegro horrores de que la casualidad me llevara a él, porque me habría perdido una gran obra. Un "must" para tener en todas las casas de lectores empedernidos o familias con hijos. Repito: debería ser lectura obligatoria, en especial con la tontería que tenemos encima en la sociedad del malestar actual en la que nadie está contento ni valora lo que tiene. Totalmente recomendable: una experiencia literaria indispensable.

Datos editoriales

ISBN 13: 978-84-9838-079-8
ISBN 10: 84-9838-079-0
Título: El niño con el pijama de rayas
Autor: John Boyne
Lengua de publicación: Castellano
Publicación: Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A.
Descripción: 224 p
Precio: 12 €

1 comentario:

  1. Aunque en el párrafo que comienzas con:

    "El que un libro venda millones de copias a lo largo y ancho del planeta no supone para mí ningún reparo a la hora de decidir leerlo..."

    y en el que continúas despachándote alégremente no me siento aludido, me parece una ocasión para mostrar que un mismo -visto superficialmente-comportamiento (matizaríamos "desdén ante el best seller" frente a una "toma de distancia", que sugiero yo como más sana), tiene varias interpretaciones, y no la un tanto snob de quienes citas, aunque quiero pensar que te vas a la caricatura fácil generalizando (y acaso sea así mayoritariamente, no lo sé, ni me interesa lo más mínimo el escrutinio).

    En cuanto a mí, te diré que tengo razones para mostrar resistencia: ¡son tantísimos los libros por leer que por qué habría de guiarme por los caprichos del mercado! En todo caso, una visión más pausada, más reposada, se tendrá del producto si se deja pasar la marea. Claro que no tienes el vértigo de la actualidad: a mí esta "pseudoactualidad" no me interesa. La que decide qué y cuándo debo leer. No comprendo como se puede tener una sincronía vital con el mercado tan perfecta, o será que llevamos un aburrimiento profundo y estamos a que nos alegren, de forma similar a como hacen tantas personas mirando un catálogo de tal o cual centro comercial... Cuando veo un libro, sea o no best seller, me dejo llevar por la intuición, que puede muy bien apoyarse en comentarios como los que haces tú. ¡Pero no por los innumerables reportajes en suplementos de prensa, etcétera que corren a cargo de los gastos de promoción, pero engañosamente nos lo endosan como "información"...

    Frente a esa actitud un tanto infantil que citas, de rebeldía adolescente que sistemáticamente reniega de todo lo que tiene "éxito comercial", hay una sana toma de distancia, según la cual, la prisa de las distribuidoras no es la mía. Su ritmo, no es el mío. Ellos no deciden cuando yo voy a leer y qué voy a leer. Hay demasiado en el universo escrito como para dejarme llevar guiado por una zanahoria pegada a la nariz. Aún puede ser, quizá, más interesante incluso no leer ninguno y dedicar tiempo a releer o reflexionar o inspirarse en otras fuentes alejadas de los interesados media.

    Tú mismo antecedes el párrafo admitiendo muchas lecturas decepcionantes: ¡pero las has leído! A ti te da igual, y equivocarse es humano. A mi, que me equivoquen me molesta sobremanera...

    El problema es la importancia que demos al error: "a equivocarme ya sé yo". Por favor, que no me digan en qué me tengo que equivocar. Si en algo mostramos auténtica madurez, es en que decidamos nosotros, no el gasto promocional.

    No obstante, tiene sus ventajas seguir los dictados del mercado. Ya lo creo. Pero no me lo vendas como un tic de buen librepensador. Más bien como un tic de buen -"libre"- consumidor de "economía de libre mercado".

    Al final es lo mismo que si vas a un restaurante: seguramente eres de los que encantados siguen las sugerencias del camarero de turno... Grande será, pues, tu ingenuidad..., pero acaso seas más feliz.

    Sensa

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